Paul Newman había entrado en el edificio. Toda la actividad paró. Todos los ojos apuntaban a la estrella, secundada por sus compañeros de reparto. La frenética actividad del edificio de la Bolsa de Chicago se redujo a una quietud absoluta. Nadie contrataba, nadie contestaba los teléfonos. El tiempo parecía detenerse a su paso. Paul Newman, el actor mejor pagado del momento, había puesto sus pies en el parqué. Era abril de 1973; Newman, Robert Redford, Robert Shaw y el director George Roy Hill habían sido invitados por un broker a visitar la Bolsa de Chicago durante el rodaje de
El Golpe. Sin embargo, la leyenda de Newman había comenzado mucho tiempo antes.
Los primeros pasosPaul Leonard Newman nació el 26 de enero de 1925 en Shaker Heights, Cleveland, Ohio. Los ojos azules más famosos del cine echaron su primer vistazo en el frío invierno de Cleveland, en el seno de una familia acomodada. A Paul, nunca le faltó de nada, aunque su padre le educó para que conociera el valor de las cosas. Durante su niñez, no mostró ninguna inclinación importante por la interpretación, salvo dos pequeñas obras teatrales cuando aún iba al colegio de primaria. Durante su adolescencia, tuvo diferentes trabajos, mientras nacían en él los primeros brotes de rebeldía: vendió sandwiches en el Palacio de la Carne y, poco después, incluso se puso a vender enciclopedias de casa en casa. Ganó, con estos trabajos insustanciales, 500 dólares que invirtió en montar una obra teatral (por entretenimiento, casi sin vocación) en la que gastó 495, los otros cinco dólares le valieron para tomar su primera copa.
En 1941, cuando los japoneses atacaron Pearl Harbour, Newman, como muchos jóvenes de la época, abandonó temporalmente sus estudios de Económicas y Dirección de Empresas y se alistó a la Marina. Como voluntario para piloto, fue enviado a Yale para recibir un curso especializado. Ese era el lugar que Paul necesitaba. Newman encontró en Yale un aire nuevo, un universo mucho más amplio que nada de lo que había conocido. Pero le duró poco. A los cuatro meses, una revisión rutinaria reveló un defecto en sus ojos (¡en sus ojos!): era daltónico. Este asunto le apartó del sueño aéreo y fue destinado al Pacífico como operador de radio. La guerra pasó, para Newman, tan rápido como había llegado. Tras el conflicto, en 1946, y con una beca militar del gobierno, se dispuso a reanudar sus estudios, pero, esta vez, en el Kenyon College.
Apuntando manerasPor suerte para el cine, la guerra le había hecho madurar y aclarar sus ideas. Tenía claro que el teatro era el camino. La Universidad estaba organizando una obra de teatro llamada
Primera Plana y Paul echó el resto. Se presentó a la prueba para el papel principal y lo consiguió; papel que Newman recuerda muy bien: “
Tuvimos una gran acogida. Me incliné varias veces y, por primera vez, tuve conciencia de estar actuando”. Paul se volcó en la actuación y apareció en varias producciones de la Universidad, y, pese a que la actuación sólo había sido, en principio, una escapada, Newman encontró su camino sobre las tablas.
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Ya con el título en sus manos (papel que poco le importaba), en 1949 se dirigió a Williams Bay, Wisconsin, con un contrato para una gira teatral de verano. Tras la gira, Newman se unió a otra compañía teatral, The Woodstock Players, donde intervino en obras como
Cyrano de Bergerac,
Suspect,
El Zoo de Cristal (que, 40 años después, él mismo llevaría al cine) y
John y Mary, donde, dándole la réplica como actriz principal, conoció a una rubia de ojos castaños llamada Jackie White. Fue un flechazo. Tras un romance relámpago, en la primavera de 1950, la pareja se escapó para casarse y, al final del verano, volvieron a unirse a la compañía. Newman actuó en 16 obras después de su boda y, tras esto, decidió tomarse un descanso del teatro para trabajar en una granja cercana a Woodstock, mientras Jackie esperaba el nacimiento de su primogénito, el malogrado Scott.
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Ese mismo año, el padre de Paul cayó gravemente enfermo. Newman regresó a Shaker Heights y cogió las riendas del negocio familiar, olvidando por un tiempo la actuación. Los negocios se le daban bien y la tienda prosperaba. Unos meses más tarde, Arthur murió. Paul resolvió vender el negocio y, mientras se completaba la transacción, trabajó en diversos lugares, entre ellos, recogiendo pelotas de golf en un club, para limpiarlas y devolverlas a un saco. La clase de rutina que le sacaba de sus casillas.
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En 1951, Newman decidió cambiar de vida y, con Jackie y el pequeño Scott al lado, dejó Shaker Heights para siempre. Con sus modestos ahorros, volvió a Yale y se matriculó en la Escuela de Arte Dramático. Allí, participó en varias obras (nada importante); pero su talento era evidente para los demás. Presentes en una de las obras (una función sobre la vida de Beethoven), estaban los agentes teatrales Liebling y Wood, que elogiaron, olvidándose de los demás, el trabajo de Newman como sobrino del músico. Quizá con este encuentro empezó todo. Paul sabía que estaba en el camino correcto y, aunque eso suponía dejar sus estudios, se fijó el objetivo que cambió su vida: Broadway.
Comienza la leyenda
Paul y Jackie se lanzaron a la aventura de la Gran Manzana y se dieron un año de plazo para averiguar si él tenía algo que hacer en el feroz mundo de Broadway. Paul se marchaba cada mañana a New York con su mejor traje (el único decente que tenía) para lograr encontrar un trabajo. Newman era un hombre afortunado. Con asombro para el propio Paul, encontró su primer trabajo en la televisión: una breve aparición en el telefilme
The March of Time, donde interpretaba a un anciano y por lo que cobró 65 dólares (quién le iba a decir a él entonces que llegaría a ser el actor mejor pagado del año repetidas veces). Tras pequeños papeles en otras producciones de televisión como
Tales of tomorrow o
Suspense, no tardó mucho en llegar su primer papel fijo en una serie,
The Aldrich Family. Poco a poco se estableció en la televisión trabajando regularmente y su rostro se tornó familiar para el público. Para entonces, Jackie ya había alumbrado a la segunda hija de la pareja, Susan, y casi a la par, Newman logró un papel en el musical
Our Town.

De mano de unos viejos conocidos (Liebling y Wood) que le pusieron en contacto con el dramaturgo William Inge, Newman accedió a un casting y logró un papel en
Picnic, la obra de teatro que marcaría el inicio de la leyenda. Su papel no era el protagonista, sino el de un universitario inexperto que pierde la novia (y su orgullo) ante un compañero de clase más baja; pero las críticas fueron inmejorables. El New York Daily News declaraba: “
El niño rico ha sido muy bien interpretado por Paul Newman”; el New York Post afirmó: “
El joven Paul Newman ha hecho un estupendo trabajo”; y R. Coleman, del New York Daily Mirror, sucumbió a Newman con un simple y rotundo “
excelente”.
Picnic se representó en el teatro durante catorce meses y, con la seguridad económica que eso le daba, podía plantearse la idea de entrar en el
Actors Studio, el sueño de cualquier actor. La suerte le acompañaría también aquí. La admisión dependía de dos pruebas: una frente al público y la otra frente a críticos tan notables como Elia Kazan. Una chica que también realizaba las pruebas para entrar en la prestigiosa academia necesitaba un chico para un papel de apoyo, y se lo pidió a Newman. Paul aceptó y la ayudó a que funcionase. El mundo giró inesperadamente y pocos días después de la prueba de la actriz, Paul recibió la noticia de su ingreso en el Actors. Técnicamente, él no había realizado la prueba, pero su papel de apoyo le había asegurado la plaza en la academia del Método. Talento en estado puro.

En el Actors, Newman aprendería todo lo que se puede aprender y entablaría amistad con estudiantes como Geraldine Page, Eli Wallack o Rod Steiger. Pero la amistad más importante de su vida la estableció con
Joanne Woodward, una hermosa y talentosa actriz. La conoció poco antes de pisar las tablas de
Picnic, y ninguno se llevó una buena impresión del otro. Sin embargo, el destino les volvió a juntar en esa obra de teatro (ella sustituía a dos de las actrices) y ambos recordaron su primer encuentro, se conocieron mucho mejor y floreció entre ellos una gran amistad personal y profesional.
Mientras tanto, Newman empezó a llamar la atención de las figuras de Hollywood, siempre en busca de caras nuevas. Newman era ya bastante conocido en New York y Hollywood parecía el siguiente paso. Pero Paul era reticente a la meca del cine. Muchos de sus compañeros del Actor’s hablaban de Hollywood con desdén, aunque en el fondo envidiaban a los elegidos. Era el momento. Newman tenía entonces 30 años, toda una carrera por delante y un contrato con la Warner Brothers para 7 años. Poco después de clausurarse
Picnic, Paul decidió marcharse a California. Jackie y los niños se quedaron en Long Island, y Paul, no sin recelo, se marchó hacia el estrellato.
Un actor en la meca del cineLos temores de Paul con respecto a Hollywood se confirmaron en cuanto puso los pies en el estudio de la Warner. A los ejecutivos les preocupaba más el color de su pelo y el dinero que podía recaudar, que su nivel de actuación. El talento de los actores y que se adecuaran a los papeles que se les daba era secundario; Hollywood estaba en el negocio del lucro. Newman no se encontraba a gusto, él se sentía actor más que estrella. Además, todos allí se regían por el “star system”, y el alcoholismo, la drogadicción y la pérdida de dignidad estaban a la orden del día. Por supuesto, había actores que se rebelaban contra eso: Humphrey Bogard, Kirk Douglas, Jack Lemmon, John Houston… Newman no se iba a dejar seducir por Hollywood y se unió a estos rebeldes, iba a ser un nuevo indomable.
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Por si esto fuera poco, lo primero que la Warner le tenía preparado podía haber acabado con su carrera antes de empezar:
El cáliz de plata (
The Silver Chalice, 1955), donde Newman interpretaba el papel secundario de un esclavo griego llamado Basil. Fue, sin duda, una de las peores películas de los 50 y uno de los mayores fracasos de la Warner. Años después, cuando la televisión emitió este filme, Newman publicó un anuncio en la prensa pidiendo perdón a los espectadores por la horrible película.
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Paul consiguió este papel tras un casting con el malogrado James Dean. James se quedó con
Al este del edén y Newman se quedó con el cáliz. Paul se arrepentía cada día más de haberse ido a Hollywood. Las cosas no funcionaban en la pantalla grande, pero, por suerte, el teatro le rescató. Durante la última semana de rodaje, Paul consiguió el papel protagonista en la obra
Horas desesperadas, y su trabajo logró apartar la pesadilla griega; las críticas a su interpretación fueron inmejorables.
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El Cáliz de Plata fue un fracaso rotundo para la taquilla y para la crítica (tuvieron que emborrachar a Paul para que fuera a verla al cine), y, mientras la Warner se pensaba qué hacer con su nuevo fichaje, Newman continuó con el teatro y yendo al Actors dos veces por semana. En los años 50, las películas para televisión era de gran calidad, y Newman encontró en ellas un buen lugar para demostrar su talento, por lo que grabó varios filmes para la pequeña pantalla.
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Ese mismo año la Warner cedió a Newman a la Metro-Goldwyn-Mayer y éstos le reclamaron para un nuevo proyecto llamado
Traidor a su patria (
The Rack, 1956), donde Newman interpretaría a un oficial americano acusado de colaborar con los comunistas en Corea. Esta jugada salió bien. La película tuvo un aceptable éxito de crítica y público y Paul se reconcilió con el cine.
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Un desgraciado accidente ocurrido el 30 de septiembre de 1955 cambió las perspectivas laborales de Newman. James Dean, el actor de moda de Holywood, murió al volante de su Porche Spyder, dejando un gran hueco en la meca del cine. Paul y James iban a trabajar juntos en un telefilme llamado
The Battler, en el que Paul secundaba al boxeador que interpretaría Dean. La muerte del “rebelde sin causa” fue un duro golpe para Paul, habían sido grandes amigos desde que llegó a Hollywood, y su primera impresión era que The Battler no podía continuar sin James. Sin embargo, los productores le ofrecieron el papel de Dean en el filme, y Newman, tras ciertas dudas, lo aceptó como homenaje a su difunto amigo. Todo su mundo estaba apunto de cambiar.